Los cerros de la muerte by Chris Offutt

Los cerros de la muerte by Chris Offutt

autor:Chris Offutt [Offutt, Chris]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Intriga
editor: ePubLibre
publicado: 2021-06-15T00:00:00+00:00


Capítulo dieciséis

Mick se despertó a las siete en punto y enseguida se puso alerta; una reinita de pecho amarillo cantaba desde el sotobosque que se extendía al otro lado de la ventana. Por encima de la línea de los árboles, una franja roja surcaba el cielo azul claro. Tras cambiarse el vendaje del mordisco de la mula, se armó y se alejó de la ladera con la camioneta hasta una zona en la que el camino se ensanchaba. Sacó el móvil de la guantera y comprobó los mensajes: dos más de Alemania, que ignoró. Acto seguido, le envió un mensaje a Linda para que se reuniera con él en la parada de camiones de Smokey Valley para desayunar. Ella respondió al instante: «Cerrado hace 5 años, pringao. Nos vemos en el Bobs del acceso a la I-64. En 20 minutos».

Mick condujo hasta el Bobs, una gasolinera que vendía leche, huevos, tabaco y equipo de pesca. En un estante había una hilera de salvavidas naranjas envueltos en bolsas de plástico cubiertas de polvo, prueba de que a la gente de las colinas le preocupaba menos ahogarse que gastar dinero. Como decía su abuelo, si no sabes nadar mantente alejado de los lagos. En la parte del fondo había una mesa de vapor que desprendía un fuerte olor a salchichas. Cuatro ancianos sentados en un rincón bebían café y debatían animadamente sobre las posibilidades de los Cincinnati Reds. Linda llegó unos minutos tarde, con el pelo aún húmedo de la ducha.

—¿Vas a comer? —preguntó.

Mick asintió y se dirigieron a la barra. Una mujer delgada con un aro en la nariz les llenó unos platos de cartón con huevos revueltos, salchichas, panecillos, salsa de carne y rodajas de patata ennegrecidas. Linda se ajustó el cinturón del uniforme para sentarse en la pequeña silla. Llenó un tenedor con un fragmento de cada cosa, y luego habló.

—¿Qué es eso tan importante que tienes que decirme tan temprano?

—No aquí.

—Olvidé lo cabronazo y gruñón que eres por las mañanas. ¿Resaca?

—No, lo he dejado —dijo Mick—. No tienes que preocuparte de que sea como papá.

—Que te den por culo.

—¿Y soy yo el gruñón?

Comió como le habían enseñado, con una mano sujetando el panecillo. Su abuelo lo llamaba «el empujador», y Mick lo recordaba diciendo: «Alcánzame otro empujador». Terminaron de comer y se dirigieron al vehículo de Linda. La luz del sol se deslizaba por el solar lleno de baches, iluminando las manchas de aceite con arcoíris de rocío.

—¿Todavía tienes a Tanner Curtis encerrado? —preguntó Mick.

—No, lo solté anoche. Lo sabrías si te hubieses molestado en ponerte en contacto. También sabrías que recibí otra llamada de Alemania. Saben que estás aquí.

—Tenía que haber vuelto la semana pasada.

—¿La has cagado?

—Me cubrirá mi oficial al mando. Lo peor que puede pasar es que me apliquen el Artículo 15. No hay penalización, pero pueden exigirme terapia psicológica.

—Me compadezco del pobre médico al que le toque, como tengas que ir.

—No caerá esa breva —dijo Mick—. Es solo para gente con problemas emocionales o de abuso de sustancias.



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